Nacido en el seno de una familia de fabricantes textiles, Santiago Rusiñol fue educado para dedicarse al negocio familiar. Sin embargo, rompió con las imposiciones familiares para consagrarse plenamente a su vocación pictórica. Su pintura no supuso una ruptura radical, sino que concilió el naturalismo rural de su juventud con algunos aspectos del impresionismo —instantánea fugaz, sutileza en el tratamiento de la atmósfera, influencia de la estampa japonesa—, en la misma línea que otros artistas coetáneos.
Una de sus etapas más significativas se desarrolló en París. Pronto se convirtió en una de las figuras con mayor proyección y personalidad del modernismo, a cuya definición y desarrollo contribuyó con sus telas, que sugieren un universo íntimo y muy personal. Realizó incursiones en varios géneros literarios, destacando su labor teatral, además de su papel de promotor del ambiente artístico a través de actividades que organizó en Sitges y en relación con la cervecería Els Quatre Gats de Barcelona.
Rusiñol utilizó la pintura y la literatura para proyectar una personalidad introvertida y melancólica, que se plasmó en su pintura y que ocultó bajo una apariencia de frivolidad y extroversión.
M.G.